Tengo un raro delirio por fotografiar atardeceres. Ocasos, cuando muere el día. Ese instante preciso donde el sol desaparece en el oeste.
Como me gusta experimentar con la cámara fotográfica, busco la mejor toma, pruebo posibilidades y me siento o camino para esperar. Si es en el campo, mejor. Donde el horizonte sea infinito o tenga barreras naturales.
La instancia donde todo se ve amarillo le da al paisaje una cadencia especial. Todo se ve bello, el descampado, un trigal, una ruta, un camino, un rostro. Pero cuando el sol ya se despidió y llegó el momento del click, el fuego se desprende desesperado. Me voy a iluminar otros sitios, parece que dijera y se fue.
Tal vez ese ¿don? especial me quedó subliminalmente desde aquella vez en que vi por primera vez El rayo verde de Eric Rhomer, idea basada en una novela de Julio Verne donde describe con precisión el fenómeno del último rayo de sol que logra verse antes de su puesta absoluta. Ese fue también un viaje sin retorno hacia circuitos cinéfilos que incluyen historias intimistas e indagan en la psicología y la vida cotidiana de los personajes.
Hoy, al buscar esa foto para la lente y mi retina, me hizo recordar el filme de 1986.
¿Espero el rayo verde? ¿O seguir cautivada por el registro diario de los fenómenos naturales y humanos?
Suficiente para sentir profundamente la adrenalina que me devuelve vitalidad. más fotos ACÁ