24 ago 2011

La sordera y lo zen (no se llevan bien)

El Sensei tiene un cinturón que parece de Instituto pero no es de Instituto. Revela años de artes marciales, paciencia y sabiduría. "El karate es una disciplina que recién empieza una vez alcanzado el cinturón negro", dice. Sus alumnos asienten. Los cinturones pueden formar un arco iris pero hay unos más ansiosos: los blancos. La clase del Maestro nos transporta (a los teleadictos que tenemos la cabeza reventada de series yanquis) al querido Kung Fu, ese que andaba solo y cuando agarraba los guijarros en un abrir y cerrar de ojos, se largaba a caminar por el mundo... En eso estamos, mientras la voz imperceptible del más experimentado da sus lecciones de karate y de vida, los alumnos oyen y practican, el resto vuela y mi suegro no oye. Pero lo dice y ya se sabe, no hay peor sordo que el que haba en voz alta porque ni siquiera él se escucha. "¿Qué dice?", resalta sobre el silencio. Mi hija se inclina con una mezcla de asombro y vergüenza en la mirada y le traduce en esa especie de grito silenciado que solemos expresar cuando simulamos que gritamos bajito: dice que el esfuerzo se logra con la disciplina... "No te entiendo", le contesta el abuelo. Nos miramos y nos reímos a carcajadas pero en silencio. Ya cuando la panza nos duele mucho y vemos que el espejo enorme nos delata, salimos a comprar facturas. 
Ya sé que voy a llegar a vieja (más vieja) y los oídos y los ojos no van a funcionar como en otros tiempos, pero estas cosas, me provocan infinita ternura. Porque el abuelo también se ríe y, si se lo contáramos al Sensei, seguro que elevaría el tono en una risotada.De una.
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