En Madrid ya pasó la medianoche. Allá está mi amiga Ana. En su último viaje se llevó un Box Set con la discografía completa del Flaco. “Me he quedado con ganas de verlo en Argentina”, me dice ahora. Sus adolescentes vinilos están de vacaciones permanentes en la casa de su hermano en Argüello.
Carlos me manda un mensaje: “Spinetta nos recordaba con cada disco porqué el rock no debería haberse entregado nunca”.
Mientras tanto, lloro sin parar y poco sé de necrológicas y mucho sé de ser parte del rock con tertulias infinitas cuando, guitarra mediante, se invocaban temas de Pescado Rabioso o de él en solitario.
Luisito, un compañero, me dice que él se llama Luis Alberto por él y tiene los ojos rojos también. La hija de unos amigos se llama Ludmila (yo veo en tus ojos como un ancho mar) y es cierto: los ojos de la joven son verde infinito.
Una radio oficia de juke box y pasan solo sus temas, los locutores no pueden hablar del Flaco. ¿Qué sentido tiene recrear un mundo de sonidos y sentimientos en un aire que se puede llenar solo con su música?
Una radio oficia de juke box y pasan solo sus temas, los locutores no pueden hablar del Flaco. ¿Qué sentido tiene recrear un mundo de sonidos y sentimientos en un aire que se puede llenar solo con su música?
Los datos noticiables serán publicados como es debido, en las redes sociales el eco es inmensurable.
En nuestro pecho se deshacen sus melodías y palabras en medio de la tristeza de la despedida.